miércoles, 12 de mayo de 2010

Julio González Dúviz‏, un bañezano que el corazón le salía por la boca

José Cruz Cabo.- Yo comencé a tratar a Julio Dúviz, como se le conocía en la ciudad, de adolescente, cuando iba a ver la novia a su casa donde yo, muchos domingos, estaba jugando con el que luego fue su cuñado Luis, que años más tarde marchó para sudamérica. Después a través del fútbol, ya que fue medio centro de la Sociedad Deportiva Bañezana y su enorme vozarrón sobresalía sobre todos. No se me olvida su frase cuando pedía el balón a un compañero, siempre decía como Lángara “A mí, que los arroyo”. El fue durante muchos años profesor mercantil y dió clases particulares a muchos chicos de la ciudad y de la comarca. Fueron él y su hermano Antonio, los primeros que pusieron en la ciudad una fábrica para los paquetitos de azucar para los bares y antes tuvieron fábrica de jabones. Fue también un hombre muy religioso, de los que cumplían con el mandato divino de amarás a tu prójimo, comenzando por los tuyos. La caridad y la ayuda a los demás, fueron el lema de su vida. Para él nadie era malo, no le importaba pedir perdón si alguna cosa suya molestaba a alguien.
Pude intimar más con él, cuando ambos hicimos los cursillos de Cristiandad, en el Colegio de las Hermanas Carmelitas, y después en los círculos de estudio. Con posterioridad, la amistad se fundió más a través del fútbol, del que era un acérrimo seguidor. Los colores que más le llenaban el corazón fueron siempre los de su Bañeza. Durante el partido, recorría el campo varias veces y siempre animando a los jugadores locales con su enorme y cariñoso vozarrón. Recuerdo un partido en que jugaba la Hullera Vasco Leonesa, en La Llanera. El sábado antes, había escrito yo en El Adelanto, con el seudónimo de Pacum, una crítica poniendo a nuestros jugadores de vagos y poco entregados a sus colores. En ese partido, los que se alinearon, comenzaron jugando al fútbol de maravilla y al descanso ganaban dos a cero. Julio, durante el descanso, recorrió las gradas pidiendo que saliera Pacum, qué donde estaba Pacum, yo no me dí a conocer. Al finalizar el partido la Hullera había conseguido empatar a dos y la gente salía del campo, entre ellos Julio, dando la razón a Pacum.
Julio no se cansaba de animar en los partidos, pero esa misma voz la paseó por muchos campos de España, dando a conocer La Bañeza de sus amores. Una vez en el Campo del Madrid, en el famoso Chamartín, jugaba el Barcelona y en dicho equipo de delantero centro estaba el leonés César, que participó en La Llanera en muchos partidos, tanto de la patrona como del 18 de Julio, reforzando las filas bañezanas y a Julio Dúviz, cuando salió el Barcelona, le escuchó todo el estadio decir “César, La Bañeza te saluda” y al terminar el partido César fue a darle un abrazo, dado que eran muy buenos amigos.
Fueron muchas las veces que fue requerido por la Cultural y Deportiva Leonesa, para que acudiera a la Puentecilla a animar los partidos importantes, porque conseguía con su grandiosa voz hacer participar a los espectadores para animar a los suyos. El primer equipo leonés le concedió en su día, la medalla de oro de la Cultural, por su desinteresada ayuda en los partidos, animando a los jugadores leoneses. Julio González Dúviz, Julio Dúviz, para los amigos o Dúviz a secas, fue un hombre de un corazón tan grande como su voz. Fueron muchos los alumnos que consiguieron, con los conocimientos de contabilidad que él les metió en la mollera, los que consiguieron muchos logros profesionales, era un hombre de una calidad humana tan inmensa, que su humanidad se convertía en un corazón enorme y lleno de amor por los suyos, su esposa y sus siete hijos, por los bañezanos y por todo el que se acercaba a él. Además siempre que salía fuera de la ciudad, su mayor orgullo era darla a conocer en los sitios a donde la vida, sus empresas y sus aficiones futbolíticas, le llevaban. Fue un bañezano de los de verdad, fue un cristiano de los que practicaban el amor de Cristo, fue un amigo entrañable, noble y desinteresado. Julio González Dúviz dejó una gran estela en la ciudad que le vió nacer y su recuerdo debe quedar para la posteridad, porque hombres como él, se encuentran muy pocos en la tierra.

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