jueves, 28 de abril de 2011

Angélica Falagán Blanco


POR JOSÉ CRUZ CABO
Yo conocí a la señora Angélica, sobre el año 1967, cuando me casé por segunda vez, ya que mi cuñada Pepa era vecina de ella y de sus hijos, David, Maruja y Fina, en el Barrio entonces del Convento. Y fue cuando pude comprobar por mi mismo, lo que ya me habían dicho otras personas, que si tenías un torcedura o un tendón mal, acudieras a ella que los curaba, además nunca pedía nada a cambio. Cogía lo que le dieras, aunque en mi caso nunca quiso que le diera nada y no me lo cogía.
Durante mucho tiempo, hasta el día que ya no pudo ejercer, que fue poco antes de morir, a nadie que acudiera a su casa, para que le curara dejaba de atenderlo. Tenía unas manos que parecían garfios, con cerca de noventa años, todavía, si te ponía las manos encima, veías las estrellas, pero salías prácticamente curado. Además tenía un carácter amable, cariñoso, afectuoso y el dolor que te pudiera causar, con su sonrisa y sus cariñosas palabras, lo sobrellevabas mejor. Yo tuve que acudir a ella tres veces y lo que me arregló, nunca más me volvió a doler.
La señora Angélica, además, era la que dirigía la cocción, junto a Teresa La Curina y alguna mas, y la preparación del potaje de la cofradía de las Angustias y Soledad, desde el amanecer del miércoles Santo, no en balde su marido, Esteban González, y su hijo David, fueron jueces de la cofradía de Las Angustias, y sus hijas Maruja y Fina, desde pequeñas, junto con su hijo Miguel, la acompañaban para ayudarla, no solo en ese día, sino en los días anteriores para prepararlo todo, para que al amanecer del Miércoles se pudiera comenzar a cocinar el potaje y el bacalao. Entonces no se daba a tanta gente como ahora, pero el trabajo había que hacerlo igual. Era una devota fiel y entregada a la Virgen de Las Angustias, bajo su manto murió, y eso la llevaba a no perderse la novena ningún año que estuviera bien de salud, que mientras yo la conocí la tuvo muy buena, aunque la edad nos traiga achaques a todos los humanos, porque ya digo que, hasta poco de fallecer, seguía curando a todos los que acudían con algún golpe o algún retortijón, porque ella las roturas no las tocaba, los que llevaban algo roto, los enviaba rápidamente al médico. Entonces en ese barrio y, concretamente, en la calle de San Julián, que era donde ella vivía con su hija Maruja y su yerno Luis Mantecón, los vecinos se conocían todos, y en los veranos por la noche salían a la puerta de casa y formaban tertulias y en cualquier momento en que tenían ocasión, charlaban a la puerta o se deban las noticias que sabían. Cuando llegaba el santo o el cumpleaños de alguna, se casaba un hijo o había un nacimiento en el grupo de amigas, ya en aquellos años de nietos o nietas, solían hacer una colecta entre todas y le hacían un regalo, que solía terminar en una merienda. Era una calle muy unida. Una vez que se construyeron las diez casas de la comunidad que se creó para ello.
La señora Angélica, era la abuela de todas entonces, y además una mujer que siempre estaba dispuesta a ayudar, a dar un consejo, a ser solidaria con los demás, y eso era muy apreciado en aquel barrio y en aquel tiempo, porque a su casa llegaban gentes de todos los sitios de la ciudad que tenían algún problema de tendones y de manera especial los futbolistas o deportistas de aquellos años, a los que ella atendía, curaba y les volvía a poner fuertes para seguir haciendo deporte. A nadie dijo no, y siempre ponía buena cara, cuando los demás necesitaban algo de ella, y además nunca pedía nada, si algo le daban, lo recogía y además lo agradecía. Entre ayudar a los demás y trabajar para la cofradía de las Angustias, cuando la necesitaban, no solo durante el potaje, ella se sentía feliz y como dicen ahora, realizada. Fue una esposa fiel, una madre cumplidora y entregada a sus hijos y una mujer ejemplar, en todo lo que podía hacer por los demás. La señora Angélica Falagán Blanco fue un ejemplo de bañezana amante de su ciudad, porque siempre, siempre, ayudó a todo el que se lo pidió y estuvo entregada toda la vida, a la Cofradía de Las Angustias y Soledad.

JOSEFINA ÁLVAREZ ANDRES LUNA ó Fina Luna


JOSÉ CRUZ CABO
Yo conocí a Fina Luna, como la llamaban sus amistades y sus familiares, siendo un niño en los años treinta. Su padre era médico y vivían en la calle Padre Miguélez, donde esta hoy la tienda “Avenida”. Pasados unos años, se cambiaron para la Plaza Mayor donde está la Joyería Isaac, y cuando su padre se jubiló, se fueron a vivir a Madrid. Yo la recodaba de niño, pero la diferencia de edad era mucha para que jugáramos juntos como ella decía. Lo que sí recuerdo fue la primera vez que vinieron desde Madrid, su hermana Carmen y ella a las procesiones de Semana Santa, y como se enamoró de la Virgen de la Soledad, de la Cofradía de Jesús Nazareno. La mandó restaurar, le hizo el trono y el vestuario y esta virgen del siglo XVIII, volvió a salir en hombros en las procesiones. Cuando fui a hablar con ella, por este motivo, y le traté de usted, la diferencia de edad y de posición era grande. Me dijo con mucha gracia: “Hombre Pepe, como me tratas de usted, si jugamos juntos”.Ella cuando marchó de aquí era soltera y estuvo quince años trabajando en el Sanatorio de La Paz, ya que ella era profesora de piano y se dedicó con el piano, a conseguir que los enfermos operados de garganta pudieran volver a hablar.
Después se casó con un ingeniero extranjero, no tuvieron hijos y Fina, en cuanto pudo, se vino a vivir a la ciudad que la vio nacer. Entre ella y su hermana Carmina, costearon las dos imágenes que rodean al cristo crucificado del retablo de Santa María, hizo muchas donaciones tanto a las cofradías, como a las dos iglesias de la ciudad, regaló a la cofradía de Jesús Nazareno, una imagen de la soledad pequeña para que la pujaran los niños. Posteriormente, al recuperarse la Cofradía de la Vera Cruz, se hizo cofrade y lo primero que se le ocurrió fue regalar una Virgen a dicha cofradía, ya que lo que tenía esta hermandad era una Verónica que era la que realizaba el encuentro con Jesús Nazareno, ya muy deteriorada, que hubo que restaurar. No solo regaló la imagen, sino varias vestimentas para la misma y todavía dejó unos miles de euros para reconstruir la nueva capilla, que ella se marchó con la pena de no verla comenzada, porque la ayuda económica hubiera sido mucho mayor. Ella disfrutaba comprando o pagando cosas para las distintas cofradías de la ciudad, así como para diversas asociaciones, a las que regaló banderines o estandartes, también a nuestra banda municipal, pagó los trajes de la Banda de Cornetas y Tambores de La Soledad, que  luego desapareció, aunque ahora muchos de sus componentes pertenecen a la de la Cofradía de la Vera Cruz. Para ella su ilusión era ver una Bañeza unida, sin odios ni rencores, que todos trabajáramos por engrandecerla y así lo dijo en muchas ocasiones. Fue la artífice de poder organizar la fiesta de la Calle Padre Miguélez y durante unos años se celebró con una misa en la capilla de las Hermanas Carmelitas y después una cena, para todos los vecinos de dicha calle, los que habían vivido antes y los que estaban viviendo en la misma ahora. Fue una fiesta muy cariñosa que nos hizo recordar vivencias y amistades que se habían perdido con el tiempo, algunos venían a celebrar la fiesta y era una gran ilusión encontrarlos, a pesar de que ha sido la calle más triste para mi vida, pues en ella se murieron mi madre, Everilda, mi abuela Marcelina, mi primera mujer, Angeles y mi única hija también Angeles. Pero esa es otra historia.  Con el tiempo, y a petición de muchas personas que la queríamos, el ayuntamiento le concedió la insignia de oro de la ciudad, lo que ella disfrutó a lo grande, ya que su única pasión era ver a la ciudad que la vio nacer, prosperar, engrandecerse, estar unida y ser la más importante de la provincia de León. Siempre que salía fuera de aquí, hablaba de La Bañeza como si fuera la ciudad más bella, más rica, más trabajadora y más alegre del mundo. Su bañezanismo era inalterable y su ilusión por verla engrandecerse, era lo más importante de su vida, por eso colaboró con su dinero con todas las cosas que le pidieron y ella podía costear, y muchas veces sin pedírselo, se adelantaba ella a las necesidades que veía y que ella podía remediar. Josefina Andrés Alvarez Luna. Fina Luna, fue una gran mecenas para La Bañeza.