jueves, 14 de julio de 2011

Encarnación Rodríguez Martínez, Una mujer, alegre, carnavalera y festiva

José Cruz Cabo
La señora Encarnación Rodríguez Martínez, más conocida por La Charra o la Flor del Te, fue una mujer valiente, que nunca le arredró nada y que yo conocí más de carca en el año 1943, dado que aunque ya llevaba siendo vecino de ella, la primera vez que cruzamos la palabra fue con motivo de un gran disgusto que llevó, cuando a su hijo Santiago le dejaron tuerto. Santiago y yo salimos de la Escuela Villa una tarde y a Santiago se le ocurrió meterse en una zapatería que era como una caseta de madera, que había detrás de la cárcel, donde hoy está el parque infantil, en la que trabajaba Manuel Valle. Santiago solía entrar mucho por ella y era muy inquieto. Aquel día me convenció a mi para entrar juntos, yo me acurruqué en un lado y, mientras, Santiago se puso a dar vueltas por allí. El zapatero le decía, “estate quieto Santiago, no me toques nada”, pero Santiago seguía a lo suyo sin hacerle caso. En esto Manolo el zapatero, tenía un cristal en la mano, y lo tiró al aire sin querer hacer daño a nadie y para meterle miedo, pero con tal mala suerte que Santiago, cambió de sitio y su ojo fue a parar al cristal partiéndole la pupila a la mitad. Yo subí corriendo con él al Barrio San Eusebio, a casa de su madre la señora Encarna, y la mujer tuvo que bajar a toda velocidad al médico, pero ya no se pudo recuperar el ojo y Santiago quedó tuerto de por vida. El zapatero llevó un disgusto enorme y no creo que se le ocurriera tirar más veces el cristal al aire.
Seguí viviendo allí hasta el año 1955 y la amistad con la señora Encarna fue aumentando con el tiempo y el conocimiento de su personalidad, y puedo asegurar que era una mujer valiente, decidida, que no le tenía miedo a nada. Cuando llegaban los carnavales ella, además de disfrazarse y correr para que los guardias no la pillaran, todos los años organizaba el entierro de la sardina, pero solo por aquella zona, ya que al oscurecer varios chavales del barrio la ayudaban a realizarlo. Se iniciaba por la calle Santa Elena, entonces no había casas por allí, se llegaba a la Pradilla, donde no vivía nadie, y por la cuesta que comienza en la calle Don Pedro el oculista, se volvía al barrio y a su casa. Para no tener sorpresas, La Charra, ponía vigilantes a lo largo del trayecto y si alguno veía venir a la pareja de la Guardia Civil, silbaba y todo lo del entierro se tiraba en las tierras hasta que pasaba el peligro. Pero la señora Encarna no solo se dedicó al carnaval, también enseñaba a bailar los bailes regionales con su pandereta, mantuvo vivo el traje regional, durante varias fiestas patronales participaba en el desfile de carros engalanados, y tenía un gusto exquisito para adornarlos. Entonces no había carrozas y los desfiles eran de carros, unos pujados con caballos y otros con bueyes, pero la Plaza Mayor se llenaba para ver el desfile de los mismos. Organizó varios festivales en el Teatro Pérez Alonso para recaudar dinero para actos benéficos, era una mujer de una actividad frenética y nunca decía no a cualquiera que le pidiera ayuda, para organizar cosas que pudieran servir para ayudar a la gente o simplemente para que nuestra ciudad tuviera más prestigio, o fuese más conocida fuera de aquí. Ella dirigía los bailes regionales y si tenía que participar bailando, también lo hacía, nunca se negaba a nada, hasta coser los trajes de carnaval si era necesario o ayudaba a otros a prepararlos. Fue una mujer bondadosa, que no ponía pegas para ayudar a los demás, en aquellos años 40, de hambre y necesidades sin cuento. ¡Aquello si que era crisis, que aun trabajando no podías comer!.
La señora Encarna fue una de las personas que a pesar de ser una mujer humilde, sin muchos conocimientos culturales, pero con una energía y un corazón como la copa de un pino, con una alegría desbordante, con una sencillez admirable y con una sensibilidad para hacer las cosas con gusto y satisfacción, que le granjearon el afecto y el cariño de todas las personas que la conocieron y la trataron. Fue una mujer de su época, pero que supo amar a nuestra ciudad con pasión y que en su tiempo fue una mujer valiosa y entregada de lleno a La Bañeza y nunca se rindió, aunque la vida muchas veces no la deparó alegrías.

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