martes, 17 de diciembre de 2013

17.-De embalses y pantanos. Lágrimas por Riaño ya en julio de 1933.



Del libro “LOS PROLEGÓMENOS DE LA TRAGEDIA” (Historia menuda y minuciosa de las gentes de las Tierras Bañezanas – Valduerna, Valdería, vegas del Tuerto y el Jamuz, La Cabrera, el Páramo y la Ribera del Órbigo- y de otras localidades provinciales -León y Astorga- de 1808 a 1936), recientemente publicado en Ediciones del Lobo Sapiens por José Cabañas González.
(+ info en www.jiminiegos36.com)
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Una de las últimas publicaciones del semanario bañezano La O
pinión en su primera época, la del 1 de julio de 1928 (“con censura eclesiástica y civil” impuesta por el régimen), informa de la expedición realizada por algunos lugares de la Valduerna, aguas arriba de los ríos Duerna y Llamas en busca de posibles asentamientos de pantanos en sus cauces, algo por lo que habían clamado sus redactores (la dictadura primorriverista impulsaba las obras públicas y los proyectos hidráulicos) y posibilidad que se vislumbra factible y que se augura traerá tiempos de prosperidad y utilidades sin cuento para los valdorneses. En la exploración acompañaron a los técnicos e ingenieros de la Confederación Hidrográfica del Duero (creada un año antes) el director del semanario y directivos de la Federación Católico-Agraria de Astorga. Del embalse del Duerna, reclamado desde 1902, aún se hablaba en los años 70 en nuestros pueblos de la vega del Jamuz, con la sempiterna esperanza de que viniera por fin a redimir su mísera agricultura de secano.
En el pleno municipal del 26 de diciembre de 1931 se suma la corporación bañezana al apoyo solicitado por la de Astorga a la construcción del pantano de Villameca, sobre el río Tuerto, de tanta importancia en la región, para regar las tierras yermas de la Cepeda Baja, y tan benéfico para el municipio maragato. Se paralizaba al iniciarse julio de 1932 la subasta de sus obras, (se construiría unos años después en Quintana del Castillo, siendo ocasión de empleo para obreros de El Bierzo, La Cepeda, e incluso de Zamora y Valladolid), retomada para algunas de ellas al principio de marzo de 1934, según el anuncio que aparecía en la Gaceta, un paliativo que en algo mermará el paro en la comarca y la provincia (y aún más allá, pues de otras cercanas se emplearán obreros cuando aquella construcción -que ya estaba en marcha a la mitad de mayo- tome su ritmo).
Al pantano de los Barrios de Luna ya se aludía en La Opinión y en El Diario de León a final de junio de 1932 como “el proyectado embalse que saciará la sed de los campos parameses”, y que no terminaba de iniciarse “a pesar de estar desde hacía un mes en marcha su expediente”.  
En la Ribera del Órbigo la sequía causaba ya mucho daño al iniciarse el verano de 1933, y en Santa María del Páramo se prevé que los cereales de secano “darán poco más que a doblar”, por lo que los sufridos labradores se hallan apenados por no ver compensados sus constantes y penosos esfuerzos y por los grandes impuestos que gravan sus propiedades, mientras los embalses de Tarabico, en Villameca, cuyo proyecto fue aprobado al inicio de 1930 (a la mitad de 1929, según otras fuentes), presupuestado en 700.000 pesetas, y el de Barrios de Luna, que cuenta también con presupuesto, “siguen enredados y no salen a subasta”, situación que a final de agosto se pretendía resolver desde la villa paramesa, cuyo alcalde invitaba al regidor bañezano y a otros a reunirse allí “para tratar sobre los anhelados pantanos del Órbigo que tanto tardan en materializarse y que habrán de calmar la sed del Páramo”. 
Pero no a todos satisfacían los pantanos: Se publicaba el 14 de julio en El Diario de León  el escrito de un vecino de Riaño (“El último riañés”, firma) oponiéndose a la pretendida construcción del pantano de Bachende (éste, sucesor del embalse de Remolina de 1902, y el Canal del Bierzo serían proyectos de la política hidráulica de la dictadura primorriverista que no se harían entonces realidad; del segundo dirá La Democracia el 13 de marzo de 1936 que “se ordenó confeccionar cuando Indalecio Prieto fue ministro de Obras Públicas”), afirmando que “los habitantes de Riaño no estamos dispuestos a dejar nuestras casas y nuestro pueblo para que inunden las venerandas cenizas de nuestros mayores”. Protestan virilmente los habitantes de este pueblo contra el atropello que se pretende cometer (dice), y expone que “el afán de hacer desaparecer un pueblo como este, capital de la montaña, solo se explica en cerebros tan huecos como el del alcalde de Mansilla y otros pantaneros, a los que si tanta falta les hace el agua, que la reúnan en otros lugares, sin que para ello sea preciso hacer desaparecer las poblaciones. Ahóguennos en el pantano para no tener que construir un nuevo Riaño, pero no hagan creer que estamos dispuestos a dejar voluntariamente nuestra cuna, el sepulcro de nuestros padres y el lugar de nuestros más caros afectos. Vale más morir ahogados en el embalse que en la deshonra, y bastante deshonrado estaría el que no tuviera lágrimas que unir a las aguas del pantano el día que viera desaparecer el pueblo de sus amores…”. Razones y sentimientos que volverían a albergar muchos habitantes de aquellos valles tantos años después al consumarse lo que por entonces se evitaba.   
Oposición al embalse de Riaño en los años 80.

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