miércoles, 11 de marzo de 2015

Las comodidades de antes y de ahora


José Cruz Cabo
Recuerdo recien entrado en Fráficas Rafael como chico de recados, oirle a mi maestro, Luis Cadenas, hablarnos de que en los años 30 ayudó a bajar de la estación a una persona que había atropellado el tren y hacerlo en un carretillo hasta el sanatorio de D. Martiniano.
Aquellos años no existía la seguridad social, en mi niñez y adolescencia, casi no había luz en las calles, que además la mayoría eran de tierra y si llovía se llenaban de barro y si nevaba de nieve, que al helar se formaban patinentes en las calles y los chavales de la Escuela Villa saliamos a la plaza de los cacharros a patinar. Pasar por la corrupia hoy calle Dos de Mayo, por la noche, era pasar un miedo atroz porque nos decian que salian fantasma en dicha calle. La Avenida de la Plata, la calle Magistrado Roberto García, la de Conrado Blanco, la Plaza del Obispo Alcolea y la calle Angel Riesco, cuando había riadas, bajaba el agua por esa calles que no se podía pasar por ellas más que con botas muy altas que casi nadie tenía o mojándose, hasta que se hizo el muro de contención del Duerna en San Mamés. La verdad es que La Bañeza actual no tiene nada que ver con la que conocimos los de mi generación y ni las escuelas Villa o Las Carmelitas tenían las comodidades y el material que ahora tienen los alumnos actuales. La pizarra y el pizarrín, la tinta cuando comenzabas a escribir en los cuadernos de palotes, no existía la calefacción, en los recreos o te helabas o te torrabas con el sol, en fin que nada era como es ahora en nuestra ciudad.
La mayoría de la gente no podía ir al médico porque había que pagar una iguala y cuando tenía una pequeña dolencia prefería ir a la farmacia para que le dieran un remedio y olvidarse del médico. Los catarros se curaban con cocidos de plantas, que los vecinos te decían que eran buenas para diferentes cosas. Mi segunda madre Pilar, los granos que tenían pus, me los curaba con hojas de arbol. A los niños nos protegian para hacernos fuertes con aceite de higado de bacalao. Mi primera visita al médico la hice en los años cuarenta, porque me salieron unas ronchas por todo el cuerpo y me tuve que rapar la cabeza y luego ir a Don Amador Cuesta, que acababa de poner consulta en nuestra ciudad, y me recetó cuatro inyecciones que me hacian subir la temeperatura a cuarenta grados por la noche y por la mañana me encontraba estupendamente y con ellas se me curaron. Luego al entrar a trabajar en Gráficas Rafael, con mi tio, cuando tenía algún problema medico iba a Don Julio Tagarro, que después al comenzar a funcionar la seguridad social en los principios de los cincuenta, fue médico pediatra en la misma. Recuerdo que la primera vez fue por que un engranaje de la máquina de imprimir, estuvo a punto de cortarme un dedo por una imprudencia mía. Era el año 1948 y en el  50 volvía porque me dolía un costado y me dijo, Amigo Pepe o dejas el fútbol, yo entonces estaba entrenando con La Bañeza que iba a comenzar su andadura,  o coges la tuberculosis, porque no puedes comer lo suficiente para paracticar el fútbol y tuve que dejarlo, posteriormente en el año 54, volví a él para que me mirara la garganta y me dijo te voy a dar dos noticias, una mala y otra buena, la mala es que la faringitis que tienes no se te quitará nunca y la buena es que de la faringitis no te morirás, pero que nadie te ande urgando en la garganta, y así llevo más de sesenta años.

Después llegó en los años cincuenta la seguridad social y ya los médicos no cobraban por las visitas que nos hacian a los enfermos, ya que comenzaron a cobrar del Estado y cuando nos recetaban algo, ibamos a la farmacia y nos descontaban un cuarenta por ciento del importe del medicamento, por lo que los médicos ya no nos daban tanto miedo y todo comenzó a cambiar en la medicina hasta el día de hoy. La seguridad social de enfermedad fue un avance impresionante que además de ser gratuita, tienes todos los medios modernos para curarte, aunque como todos sabemos la última enfermedad no hay quien la cure.

lunes, 9 de marzo de 2015

Un alcalde de los años 50 Inocencio Santos Vidales

Don Inocencio Santos, como se le conocía, fue tres veces alcalde de nuestra ciudad, la primera vez solo lo fue entre Octubre del 36 y diciembre del 37, yo entonces era un niño y aunque mi padre era el cabo de serenos, no tengo detalles de su actuación.
La segunda vez estuvo de alcalde desde junio de 1946 hasta mediados de 1950, y en esta ocasión su mandato fue muy bueno para la ciudad, ya que no solo finalizó las obras de la traida del agua, sino que durante su mandato, los serenos y los policias tenían que estar en sus puestos todo el tiempo que les tocara, pues era un hombre que lo mismo podía salir a ver como funcionaban, de noche, de madrugada o al medio día o media tarde.
Era almacenista de alubias y patatas, y vivió donde hoy está la empresa de vinos y refrescos Hierga. Pero su dedicación a la alcaldía no solo era plena, sino que tenía muchísimo valor, ya que los alcaldes vivian de sus negocios o trabajos, no cobraban por ser alcaldes, y Don Inocencio era un hombre que estaba las veinticuatro horas del día ejerciendo la alcaldía.
Inauguró las aguas en el mes de fecbrero de 1948, fotografía que está en la colección de El Adelanto, y además al año siguiente inauguró el centro de salud, y vino a inaugurarlo el Doctor Palanca, que era director general entonces de salud, y fue un acto muy numeroso porque los discursos se hicieron desde la ventana del edificio y la calle estaba abarrotada de gente. Durante esos cuatro años, la prevención, como se decía entonces, que era donde estaba la policía, donde hoy trabajan el arquitecto y el aparejador en el edificio del ayuntamiento, también servía para que las noches de los sábados y domingos, la gente que se emborrachaba por costumbre o armaba algún alboroto, era internada en una de las habitaciones durante toda la noche del sábado y no salían hasta la madrugada del lunes, para que no crearan problemas a los demás vecinos.
Para recaudar dinero, para que la comisión de Fiestas programara los actos de la patrona, el ayuntamiento cobraba un recibo a todos los comercios, bares, cafeterias, industrias, que además la cantidad era marcada por el municipio, y los dueños que se negaban a pagar el recibo, porque les parecía caro, se encontraban al día siguiente con el alguacil, Santiago González, que les entregaba una multa por el doble del valor del recibo de las fiestas, por no  haber cerrado a tiempo, y si el dueño iba al ayuntamiento y pagaba el coste del recibo, Don Inocencio le quitaba la multa, pero la gente pagaba sin rechistar.
También hay que decir que el seminario se hizo porque Don Inocencio, apoyado por Don Angel Riesco, que fue el verdadero ideador de que se hiciera aquí un seminario menor, puso todo su esfuerzo en que se realizara esta obra, que volvió a coger fuerza cuando Don Inocencio Santos volvió a la alcaldía en el año 1958 en septiembre y cuando dejó la alcaldía en manos de Julio Antonio Otero Gutiérrez en los finales de 1960, las obras del seminario estaban ya muy avanzadas. porque la prueba está en que se inauguraron en el año 1962, siendo alcalde, Banigno Isla García.
Por todo ello es lógico que aunque yo todavía no me dedicaba a la escritura para prensa ni radio, lo hice tres años después, ya escribía de fútbol en El Adelanto, puesto que era el Cronista Deportivo de nuestro más antiguo y duradero periódico, en cuanto al deporte se refería, no puedo dejar de hacer una pequeña semblanza de uno de los hombres de nuestra ciudad, que fue alcalde tres veces, pero también supo dejar pruebas de su buen hacer durante los más de ocho años, en tres periodos, como alcalde de nuestra ciudad. Un alcalde que supo trabajar por La Bañeza exclusivamente por amor a ella, ya que entonces no tenían asignación de sueldo, salvo los viajes, si tenían que realizar cosas en beneficio de la ciudad que gobernaban.

viernes, 6 de marzo de 2015

Los coches de viajeros de antes


José Cruz Cabo
Ahora con las carreteras y autopistas que existen, además de coches y autobuses rápidos, me recuerdan los primeros autocares de los años cuarenta y cincuenta, hasta la salida del famoso seiscientos, en que las carreteras eran de brea las que la tenían, o simplemente de tierra, en aquellos viajes que tanto se tardaba en llegar a los sitios.
El primer autocar al que yo me subí por vez primera, fue el que el Señor Domingo tenía con la licencia de viaje de La Bañeza a Camarzana de Tera, salía de La Bañeza a las cinco, si habían llegado los coches de León, y si no esperaba hasta que los ricos y autoridades municipales de aquella zona, montaban en la Plaza de La Fuente de donde salian. Si era sábado, en el paso a nivel de la estación paraba bastante tiempo, hasta que llegaban los que habían venido a vender algo a la Plaza del Ganado, si eran cerdos y había quedado alguno sin vender, los subian a la Vaca y muchas veces ibas en el asiento y sentías que te mojabas, aunque no llovía. Después y ya pasadas las seis de la tarde, paraba en Jiménez de Jamuz, luego en Castrocalbón paraba dos veces, una en la parte de arriba y otra en la parte de abajo, y en esta además, se detenía quince o viente minutos, según lo que tardaran los viajeros y  ayudantes en beberse unos vinos, luego continuaba hasta Fuenteencalada, donde volvía a parar a dejar viajeros y efectos, seguía hasta la entrada en Rosinos de Vidriales y también paraba y se ponia en marcha hasta Santibáñez de Vidriales, donde también hacía dos paradas y donde yo me apeaba en la segunda del mismo, para seguir hasta su final que era Camarzana de Tera.
Me había montado a las cinco menos cinco y llegaba a Santibáñez pasadas las nueve y media de la noche, más de cuatro horas de un viaje que hoy se hace en una media hora con las carreteras mucho mejor asfaltadas que entonces y los autobuses mejor acondicionados y más rápidos.
Eso en días normales, pero si el motor del autocar tenia problemas, los viajeros tenian que bajarse en la cuesta de La Portilla, o en la salida de Castrocalbon hacia nuestra ciudad para subir la cuesta de dicho pueblo, y empujar el coche hasta que el motor volvía a funcionar y a seguir el eterno viaje. La vuelta era parecida, ya que saliamos de Santibáñez a las siete y llegábamos a la Plaza Mayor sobre las diez. Eran viajes largos para cortos trayectos.
La amabilidad de los sobrinos y del cuñado del señor Domingo, a parte del dueño que era un hombre bonachon y tranquilo, hacian más agradable el largo viaje y los que veníamos en sus autocares, charlabamos durante el recorrido para que no se nos hiciera el trayecto demasiado largo y nos aburrieramos.
Eran tiempos de gasójenos, y los coches con aquellas carreteras no podían correr como hoy en día, y los viajeros ya montábamos con la paciencia a tope, para no aburrirnos en el viaje.
En fin todo mejora y ahora las noticias corren a través de las redes sociales, pero en esos años no teniamos la mayoría ni teléfono en casa, y las noticias también llegaban, bien por la radio o a través del boca a boca. Por eso no entiendo las prisas de hoy, ya que aunque se marche a menor velocidad de la establecida, se llega muchísimo más pronto a los sitios donde se quiera ir, que en aquellos años de penurias y hambre. Además el teléfono móvil ayuda a decir donde estamos o si necesitamos o tenemos algun problema en el viaje.