lunes, 18 de enero de 2016

84.- Los comienzos de la Azucarera bañezana.- (I)

RETAZOS DE NUESTRO PASADO.-
Del libro LOS PROLEGÓMENOS DE LA TRAGEDIA (Historia menuda y minuciosa de las gentes de las Tierras Bañe-zanas – Valduerna, Valdería, vegas del Tuerto y el Jamuz, La Cabrera, el Páramo y la Ribera del Órbigo- y de otras de la provincia de 1808 a 1936), recientemente publicado en Ediciones del Lobo Sapiens por José Cabañas González. (+ info en www.jiminiegos36.com)
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La proliferación de azucareras a finales del siglo XIX y principios del XX se produjo tras la pérdida de Cuba y la prohibición de exportar azúcar a España desde la isla caribeña impuesta por los Estados Unidos, y así en el periodo comprendido entre 1882 y 1960 se construyeron un total de 91 plantas azucareras (entre ellas la de Veguellina de Órbigo, en 1898), de las que apenas quedan hoy docena, una de las cuales es todavía la situada en La Bañeza.
La Sociedad General Azucarera de España nace en julio de 1903 por la necesidad de regular la que ya entonces se entendía excesiva cantidad de fábricas existentes en el país. En 1911, por la fusión de Azucarera del Jalón (constituida en 1904) y la primitiva Compañía de Industrias Agrícolas (creada en 1910) surge la nueva Compañía de Industrias Agrícolas. Aquella primera Sociedad Ge-neral y esta conforman en 1931 la entidad Azucarera de La Bañeza, S.A., aunque apenas cuatro años más tarde la sociedad bañezana pasa a ser propiedad de la última compañía y se convierte en su filial.
La fábrica de azúcar de La Bañeza inició su construcción a finales de 1930, curiosamente en el prolegómeno de la primera gran crisis del cultivo de la remolacha azucarera y de la industria del azúcar por causa de haberse construido hasta entonces más factorías de las necesarias para el abas-tecimiento del consumo y de la exportación, realizada por la compañía de construcción e infraes-tructuras Cubiertas y Tejados (fundada en 1916) en el tiempo record de diez meses. Su primera campaña de molienda fue la de 1931-1932. La prensa local glosaba las grandes ventajas que su ins-talación reportaría a la comarca, conseguida merced a las facilidades que tanto el ayuntamiento co-mo los particulares dueños de los solares destinados a ella brindaron para su asentamiento, que constituyó el motor económico e industrial de crecimiento y de progreso de la ciudad y su área de influencia, y el estímulo y el dinamismo a cuyo ritmo se avecindaron catalanes, aragoneses y anda-luces (principalmente) con sus nuevos modos de trabajo y sus ideas de progreso, y a cuya sombra surgían, ya cuando se construía, nuevos barrios o se levantaban nuevas casas en zonas como la Cuesta de Santa Marina, conocida coma la Barriada de El Polvorín. Con la Azucarera comenzó una nueva etapa de desarrollo. Al calor de su actividad surgieron talleres mecánicos y eléctricos, trans-portes, fondas y otras ocupaciones y labores que hicieron que en unos años el número de habitantes de la ciudad se duplicara.
Llegar a aquella realidad comportó recorrer un camino largo y no siempre sencillo: la Cáma-ra Oficial de Industria y Comercio de León cooperó (su delegación de La Bañeza estaba aún sin constituir “por falta de unanimidad y solidaridad profesional” en mayo de 1933) a favorecer los trabajos preparatorios de su instalación, y sin duda lo hicieron también las actuaciones de la Unión Regional de Remolacheros y de la Federación Católica Agraria de León, y llamadas como la que desde el acto de divulgación social agraria en el Teatro Seoanez de La Bañeza el 22 de diciembre de 1929 hacía la Junta Local Remolachera y Narciso Asensio Asensio, labrador bañezano y vocal de aquella Unión (socialista, al menos unos años después), “a los cultivadores de remolacha y a todos los agricultores en general a conseguir el mayor fruto en un asunto que tanto les interesa”, cuando la ciudad había crecido y faltaba ya donde y en que ganarse el pan de cada día, pasando el obrero y el jornalero del campo semanas y meses enteros sin trabajo y sujetos cuando trabajaban a los salarios de hambre que pagaban los caciques y quienes con ellos detentaban el monopolio de sus medios de supervivencia, ayunando el trabajador y el campesino sin tierra propia ni arrendada mucho más de
lo que su condición de cristiano le exigía; y ayunaban con él sus hijos, su mujer, y sus ancianos pa-dres (diría Ernesto Méndez Luengo años más tarde).
A final de enero de 1930 se creaba la Comisión arbitral azucarera de la sexta Región, co-rrespondiente a León y con residencia en Astorga, para dirimir contiendas y coordinar intereses entre los productores de remolacha y las empresas azucareras, y de ella, entre otros, forman parte los abogados Juan Espeso González, vicepresidente, y Julio Fernández y Fernández Núñez, secreta-rio, ambos de La Bañeza, y el clérigo astorgano Pedro Martínez Juárez, como cultivador. El último, natural de Villoria de Órbigo, sería diputado por la CEDA en las elecciones de noviembre de 1933 y de febrero de 1936, y gran favorecedor de los agricultores de la zona y de sus economías con sus intervenciones parlamentarias para sacar adelante en 1935 la Ley remolachera, que incorporaba en el establecimiento del precio del tubérculo el factor de su riqueza en azúcar. En septiembre de aquel año existe ya un Jurado Mixto Azucarero asentado en Astorga, a cuyo presidente se remite el día 11 un oficio diligenciado por el director de la Azucarera bañezana.
De aquel recorrido nos ilustran tanto las actas de las sesiones que la corporación bañezana entonces realizaba, como las noticias locales que reseñaba el semanario La Opinión en aquel tiem-po:
El 10 de noviembre de 1930 acuerda el consistorio en pleno “enajenar cuatro fincas rústicas (las llevaba en arriendo Nazario de la Fuente Monje) a favor de la Compañía de Industrias Agríco-las, enclavadas entre las que tal sociedad adquiere para construir una fábrica azucarera, cuyos bene-ficios en pro de la ciudad y la comarca son incalculables, así como prestarle desde la alcaldía todas las facilidades posibles para que sin dificultad ni dilación alguna se implante en este término tan beneficiosa mejora”. Parecidas facilidades brindaron los vecinos, y en especial Catalina Fernández-Llamazares (debía de poseer aquí más terrenos, pues ya en febrero de 1929 se le había expropiado alguno para la construcción de la carretera de Alija), de Madrid, descendiente de la emprendedora mujer leonesa igualmente nombrada, pionera en negocios de banca y otros, y Pablo Herrero, comer-ciante de Astorga, proveedor que había sido de la madera utilizada en las obras del palacio episco-pal y tesorero en 1928 de la Federación Católica Agraria astorgana, y a unos y a otros manifiesta su agradecimiento la corporación.
En la sesión del 27 del mismo mes se alude a lo provechoso de la instalación de la factoría en cuanto solución a la crisis de trabajo; a las entregas de los cultivadores de remolacha de sus co-sechas exentas de turno y con ahorro de transporte, y al aumento de la hacienda municipal por los tributos de consumos, y se concretan las ventajas ofrecidas en la extracción de piedra y arena de las canteras y terrenos comunales sin exacción alguna y sin arbitrios de ningún tipo por edificación o establecimiento industrial. Se ceden además para los usos de la fábrica las aguas que desde tiempo inmemorial se toman del Duerna por el reguero de la Parra, en Sacaojos, y por los cauces concejiles desde el 9 de septiembre al 30 de abril, en que no son utilizadas para riegos. Las cinco fincas enaje-nadas se venden a la compañía al precio de 600 pesetas la hemina de regadío, y al de 100 la parte del terreno comunal de la Vega de Arriba sito entre la carretera Madrid-Coruña y la Zaya de los Molinos, respetando lo concedido anteriormente al Patronato de Turismo para la construcción del Albergue. Tales concesiones y ventas no comprometen el crédito municipal, cuyo estado es flore-ciente, se dice, máxime si la prosperidad de la ciudad y del ayuntamiento ha de ser favorecida con la instalación de esta industria, “lo que justifica sobradamente el bajo precio señalado”.
Así que, según sigue contando Ernesto Méndez Luengo, cierto día llegaron unos ingenieros que portaban planos y aparatos de topografía; dijeron que iban a montar una fábrica azucarera y que esto supondría trabajo y pan para todos. Cercaron el trozo de vega más rico y comenzaron su cons-trucción con mano de obra casi regalada. Cuando terminaron las obras, todos los obreros quedaron en la calle, con excepción de un puñado de albañiles y mecánicos incorporados eventualmente a la plantilla de la empresa. Para cubrir el resto de la nómina y los puestos mejor remunerados, el trust azucarero envió personal propio de otras regiones, principalmente de Aragón y Andalucía.
El 19 de febrero de 1931 “se concede a la Sociedad Anónima Azucarera de La Bañeza (de la que son accionistas los catalanes señores Suñol y Carner, y gerente el señor Bordás) “el derecho a pasar las aguas residuales de la fabricación por el plantel del Duerna, en una faja de dos metros de anchura y de la longitud precisa para el desagüe”. La transformación de la remolacha en azúcar se habrá de conseguir mediante la corriente suministrada por Hidroeléctrica del Eria procedente de su salto de Morla de la Valdería. El 17 de agosto de 1936 los sublevados de la Junta de Defensa Na-cional de España incautarán provisionalmente la factoría bañezana y las demás de la sociedad In-dustrias Agrícolas de la zona rebelde (las azucareras de Santa Eulalia del Campo, en Teruel; Épila, en Zaragoza, y Alfaro, en Logroño), por entenderla opuesta al interés general de la nación, sin que ello afectara al funcionamiento de la empresa y a su ritmo productivo, precipitada medida que se rectificará el 7 de noviembre quedando tan solo referida a lo que en la compañía corresponde a tres concretos socios, entre los que se hallan José Suñol Casanovas y Jaime Carner Romeo, y por lo que hacía a La Bañeza, en torno al día 25 de aquel mes el delegado militar en la Azucarera visitaba en la Casa Consistorial a Inocencio Santos Vidales, entonces alcalde bañezano.
Guardias de Asalto con una pancarta reivindicativa arrebatada a obreros madrileños en 1932.
Volviendo a 1931, un mes antes de aquella concesión municipal, el 18 de enero, Vicente Fernández Alonso trata en La Opinión sobre el inesperado cuento de hadas que el asentamiento de La Azucarera viene a suponer para La Bañeza, saluda y agradece a quienes se hallan ya aquí, “cata-lanizándonos en el campo y en la ciudad, en las costumbres y en los métodos de trabajo”, y apremia la solución de los tres urgentísimos problemas del agua, las escuelas y las comunicaciones, volvien-do a pedir ahora más que nunca el ferrocarril León-Braganza, y que a ningún pueblo del partido le falte carretera. Precisamente en los cruces de éstas y en los de caminos se preveía entonces instalar básculas, situándose algunas para autocamiones en Alija de los Melones, Quintana del Marco, Des-triana y Posada de la Valduerna, para dar las mayores facilidades a los cosecheros de remolacha y para el avance de nuestra agricultura, según se afirmaba en El Diario de León.
Y el progreso de la ciudad y la comarca: “ni un solo obrero sin trabajo durante el largo in-vierno. Jornales más elevados que mejoraban la situación de la clase trabajadora. Cientos de obreros de otros lugares que aquí ganaban su jornal y que aquí dejaban, si no todo, parte de él, y como con-secuencia hoteles, fondas, casas de huéspedes, posadas y hasta casas particulares aumentando sus ingresos al dar alojamiento y comida a cientos de personas, cafés llenos y comercio animado en todos los aspectos…”, este era el panorama bañezano que mostraba La Opinión el 20 de septiembre de 1931.
Otra es la visión de Ernesto Méndez Luengo: don Julio, el director de la fábrica, no recono-cía trabas a su ilimitada y despótica autoridad; su voluntad prevalecía siempre, por encima de toda consideración, y hasta por encima de la Ley a veces. En octubre autorizaba cada año la admisión temporal de treinta o cuarenta obreros para realizar la campaña de recepción y tratamiento de la remolacha, que duraba tres o cuatro meses como mucho; al cabo de este tiempo volvían los obreros a enfrentarse con la triste y descorazonadora perspectiva de otros ocho meses de hambre segura para ellos y para sus familias. Ante tan negro y desesperanzador panorama, los obreros y los jorna-leros del campo (sin trabajo la mayor parte del año) decidieron agruparse para defenderse de la egoísta, caprichosa y omnímoda voluntad del déspota, organizando huelgas para exigir la admisión de mayor número de trabajadores, único recurso para aliviar en algo el cada día más angustioso problema del desempleo, y para defender a los braceros de la inhumana tacañería y rapacidad de sus amos.
Quien durante largos años dirigió la factoría (con férrea mano) apenas se mezclaba, él y su familia, con la sociedad bañezana (según nos manifestaban en mayo de 2009 Alejandro Latorre –trabajó allí desde 1934 a 1948- y Julita Martínez Flórez, hija de Modesto Martínez Castillo, que fue durante muchos años encargado), y así, después de que su esposa tuviera algún desencuentro con el rector de la parroquia de Santa María, en cuya iglesia asistía a misa diariamente, pagó la restaura-ción del templo de San Mamés, que continuó frecuentando también a diario. Tampoco sus hijos hacían mucha vida social en La Bañeza: disponían de institutrices y no asistían a escuelas ni cole-gios bañezanos, sino que eran educados por profesores particulares (Julio Fernández de la Poza y Ángel Riesco Carbajo entre ellos) que acudían en un continuo ir y venir a la casa familiar traídos y llevados por el chofer en el coche del director don Julio, unos dispendios y un exclusivo y elevado modo de vida que algo pudiera haber tenido que ver con hechos como que en aquella fábrica no se respetaran categorías profesionales ni clasificaciones laborales (especialistas mecánicos torneros y fresadores como Alejandro Latorre eran clasificados y percibían sueldos de peón, nos dice), o como los amargamente descubiertos por algunos trabajadores al momento de su jubilación de haber sido mantenidos a lo largo de su vida laboral sin cotizar por sus derechos sociales, pues solo se había declarado una “cartilla” de la Seguridad Social por cada cinco o seis empleados.
Se da al menos en los inicios de su construcción un alto índice de accidentes de trabajo: en los primeros días de enero de 1931, hasta el 16, se producen 6 distintos accidentes, que se comuni-can desde el ayuntamiento, como siempre se hacía, al gobierno civil de León. En marzo se cursan altas y bajas por tales contingencias, entre otros, de los obreros Eugenio Carnicero Alonso, Valentín Fernández González, y Braulio Pérez Pérez, y en abril de Irineo de Jesús Pereira. Durante los meses de su edificación son excepcionalmente abundantes las obligadas certificaciones de altas y bajas comunicadas desde la alcaldía bañezana al gobernador civil, y tan frecuentes las incidencias en las labores realizadas que al principio de agosto de 1931 se llegó a requerir a la Inspección Provincial de Trabajo “la constitución de uno de los vocales de la delegación local del Consejo del Trabajo como inspector de andamiajes”, y a nombrar desde dicha entidad municipal encargada de hacer cumplir las leyes sociales existentes la comisión inspectora formada por José Perandones Cabo y Tomás Miranda Gervasi.
Proseguía el montaje de la fábrica, bajo la supervisión de Julio Hernández Ortega (natural de Motril, en Granada), ingeniero Jefe de construcciones primero y nombrado director en julio de 1931, y a finales de febrero se produce una huelga o paro parcial entre los obreros que trabajaban en el mismo, la primera producida en la ciudad, por despido ilegal y reclamando aumento de jornales, según se dice en La Opinión del 1 de marzo. En El Diario de León se indica días antes que se enta-blan negociaciones para solucionarla, y que se desenvuelve pacíficamente, “aunque hay elementos que tratan de envenenar la cuestión”.
A mitad de aquel mes de marzo 16 familias (una de ellas pudo haber sido la andaluza de Pe-dro Rodríguez Pozos –“el Marqués”-, asentada en San Mamés) que habían venido para emplearse transportando (de sol a sol y por 4 pesetas de jornal) con recuas de burros los materiales para las obras (cantos de río que en grandes serones a lomo de los animales de carga llevan desde aquel has-
ta las obras) han sido despedidas y se encuentran en condiciones tan precarias que no disponen de medios para reintegrarse a sus hogares respectivos y viven del humanitarismo de algunos vecinos que les prestan sus apoyos, por lo que desde el mismo semanario quien firma El Alguacil Corchuelo (José Marcos de Segovia) solicita para ellas el amparo de las autoridades. Seguramente en la situa-ción que dio lugar a aquella huelga se trató de intervenir o mediar desde la Sociedad Obrera bañe-zana (que ya en octubre de 1929 había solicitado al consistorio el cumplimiento de las leyes de re-formas sociales) y a través de la corporación, a cuyo presidente se le oficia el día 21 de febrero por el ayuntamiento lo que parece ser respuesta de la empresa: que ”la Azucarera no tiene inconvenien-te en tratar con sus obreros, no con obreros ajenos a la obra”. Otros conflictos y huelgas se vivirían en la factoría aquellos años, al menos la de mayo de 1936 y la que a finales del mismo mes de 1933 derivaba en paro de toda la construcción y en prolongada huelga general en La Bañeza.
En junio de 1931 era Administrador Prudencio Cuadro, de Tudela (Navarra), y a mitad de septiembre, con más de media construcción ya realizada, del gobierno civil llegaba la resolución del ya republicano ministerio de Gobernación sobre el expediente de enajenación de fincas municipales a la Azucarera, autorizando solo la venta mediante subasta pública (adjudicada el 18 de mayo de 1932 a la propia empresa, único postor), y no por gestión directa, como se había realizado, lo que no fue óbice para que a primeros de noviembre se contemplara el inicio de la campaña de molienda y la alcaldía bañezana gestionara con la Compañía Azucarera “sean en ella admitidos los obreros pa-rados de la localidad, en justa compensación a las facilidades que se le han prestado y se le prestan”. Por entonces se crea la sección bañezana del Sindicato Nacional Azucarero, afecto a la UGT, que en marzo de 1936 se dotaría de una Caja de Socorros con cuyos fondos algunos trabajadores de la fac-toría (represaliados ellos mismos también) pretenderán ayudar a las familias de los encarcelados en el Depósito Municipal en los ya aciagos tiempos de los inicios de agosto de aquel año, cuando la represión de los alzados alcance a tantos de sus empleados.
Trabajaron en la construcción de la bañezana fábrica de azúcar numerosos vecinos de la ciu-dad y de sus pueblos aledaños, y algunos de ellos continuaron haciéndolo después como asalariados de la misma, fijos “de año”, o discontinuos en las sucesivas campañas de molienda remolachera, aunque una buena parte de quienes la pusieron en pie procedía de allende nuestra tierra: de Aragón (Épila o Caspe), Andalucía o Cataluña, también de Madrid y otros lugares (9 albañiles de Ponteve-dra se hospedan en julio de 1931 en la Casa de Huéspedes de Aquilino González Santos, y a finales de enero de 1932 se comunica al Consulado Alemán para las provincias de Asturias y León que el súbdito alemán Federico Liller trabaja en esta ciudad –de técnico en el montaje de la fábrica de azú-car, seguramente- y su jornal diario es de 11 pesetas), y algunos de aquellos que aquí se desplaza-ron, solos o con sus familias, terminaron asentados entre nosotros y originando en algún caso sagas familiares asociadas a la actividad azucarera y a los territorios de su procedencia, conocidos algunos como “el Catalán”, “el Vasco”, o “los Maños”.

1 comentario:

Unknown dijo...

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