domingo, 17 de julio de 2016

Desayuno con…las raíces, el origen‏

Hay momentos en la vida de las personas, en los que de forma espontánea surgen interrogantes sobre aspectos trascendentes de sus propias vivencias y lo que las ha rodeado. Casi de manera natural estas inquietudes van rolando en función del periodo vital del individuo. Con la juventud las preguntas e inquietudes están orientadas de forma casi obsesiva, en relación con el mañana, lo que está por venir, el futuro inmediato, el corto plazo. La inmediatez es una cuestión inherente a esa etapa en la que uno cree llegar tarde a casi todo. En la que la vida como el agua, parece escaparse entre los dedos de una manos nerviosas e inquietas. Una sensación de pasar flotando por los momentos y lugares que nos rodean, sin amarras, con la maravillosa sensación de sentirnos dueños de nuestro destino, sin tiempo de mirar hacia atrás.
En cambio, cuando el otoño de la vida amarillea el paisaje interior de cada uno, el pasado adquiere una gran importancia. Surge la necesidad de repasar lo vivido y van surgiendo las preguntas. ¿de dónde venimos? ¿hacia dónde vamos? ¿Quiénes somos? Los lugares y quién los habitamos, pasan a tener una gran relevancia. Para los que vivimos en lugar distinto al de nuestro nacimiento-ese es mi caso-es casi inevitable que en la imagen diaria de nuestra mente aparezcan escenas del ayer; del origen. Es como si nuestro cerebro nos trasladara al principio de todo y los cajones de la memoria saltaran desordenados colocando nuestro pasado en nuestro presente, nuestra niñez en nuestra madurez avanzada. Es como una necesidad indomable. Sentir enraizarnos de nuevo en el lugar y las circunstancias que cada uno vivió allá donde los viviera, en el inicio de todo.
Una mirada hacia atrás buceando en el ayer dulcifica el gesto y dibuja una sonrisa enmarcada entre los surcos rugosos de la vida transcurrida. Hay un gesto cómplice del abuelo al contemplar las pocas fotos que conserva de su pasado. Su memoria, sin embargo, lo traslada a la vida en el pueblo que lo vio nacer, el de cada uno, incluso al barrio, a la calle por la que correteaba con sus compañeros de andanzas infantiles. En ese viaje interior se esconde una fuerza incontrolable que arrastra hacia la profundidad de las raíces, del origen. Es como si la necesidad de fijarnos a la tierra, en busca de la esencia, fuera superior a todo. Y de pronto sentir, convertidos en cangilones de la solitaria noria en la huerta baldía, trasladarnos a la profundidad en la que refrescar nuestra memoria para sin dejar ahogarnos en ella devolvernos a la superficie y seguir recorriendo el día a día. Seguir haciendo camino aunque por momentos nos sintamos un poco extraños allá donde estemos.
¿Quién, en esta fase otoñal no tiene asociado a sus recuerdos el rio con sus retamas y juncos, la calle o plaza donde jugaba, en el pueblo, en la ciudad donde nació? ¿Quién no ha contado a sus hijos las historias de su pasado, sabedores de que en sus vidas las referencias serán otras? Con esa sensación de ser el último eslabón de la cadena vital que aún sigue vinculándonos a lo que nos antecedieron, al inicio de todo. Por momentos es como si tuviera la necesidad de conectarme a un gran pulmón imaginario, La Bañeza, el pueblo y la ciudad en la que nací, que llene de ese aire necesario para continuar respirando en la distancia por otro periodo. Cada vez más corto y a la vez más lejano.
Hace unos días tuve la enorme satisfacción de enseñar mis raíces a mis nietos Julen y Diego. Por momentos emocionante, ellos, Delio, con sus seis y cuatro años no habían tenido la oportunidad de impregnarse de los olores y colores que surgen de la raíz identitaria de un pueblo, el nuestro, La Bañeza. Un sentimiento de paz interior me inundaba, había cumplido con una promesa heredada. Ahora, cuando los ciclos vitales se vayan cumpliendo y el paso inexorable del tiempo se asocie con el destino, ellos también podrán decir, emulando a mi admirado Don Miguel Hernández, aquello de: en La Bañeza, su pueblo y el mío, caminamos con el abuelo junto al río, jugamos en la plaza mayor, paseamos de su mano por la calle del reloj… buenos días
con mis nietos en la plaza mayor

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