jueves, 29 de septiembre de 2016

96.-Las tierras bañezanas según Pascual Madoz.-

En el año 1845, Pascual Madoz, en su Diccionario Geográfico Estadístico-Histórico de Es-paña apunta que el partido judicial de La Bañeza lo componen 45 villas, 71 lugares, 9 ventas, 2 caseríos y 17 despoblados, todos ellos formando parte de 21 ayuntamientos. Al decir de los corres-ponsales de la zona que le han aportado al erudito geógrafo los datos, las casas de sus pueblos sue-len ser de un solo piso, de suelo de tierra, sucias, poco abrigadas y cubiertas de tejas sobre cañizos o de bálago, sobre todo en el Páramo y en la Valdería, a las que se accede por una puerta carretera (sobre la que se halla la tinada) hacia el corral, lleno por lo común de estiércol e inmundicias (el muladar), del que se pasa a las habitaciones y establos, que ocupan un mismo cuerpo. Las cocinas, negras y humosas, respiran por pequeños agujeros que dejan pasar escasa luz. Cuidan poco el aseo los comarcanos, a pesar de lo cual apenas se sintieron los estragos del último cólera-morbo, pues solo se dieron una docena de casos entre ellos. (Creemos que se refiera a la epidemia de 1832, para cuyo cese el 29 de abril “se hicieron rogativas públicas en la catedral y demás iglesias de nuestra diócesis”, aunque bien pudiera tratarse de la que afectó a muchos lugares de la provincia desde el verano de 1834 y coincidente en su inicio con los motines madrileños bárbaros y atroces de libera-les radicales y anticlericales exaltados en los que asesinaron a más de un centenar de religiosos cul-pados de envenenar las fuentes y producir con ello aquella mortandad).
Decía de los que habitaban la comarca bañezana ser “muy pudiente el labrador que con fre-cuencia come tocino y cecina de vaca además”, y que “nada han adelantado en las artes ni en el cultivo de las tierras, en cuyas operaciones usan los mismos métodos e instrumentos que en los tiempos anteriores,… Hay mucha miseria y mendicidad; sobran brazos para el campo y para las artes mecánicas, y así es que los jornales están muy baratos; las rentas de las tierras sin embargo han subido a un doble, y los colonos se arruinan empeñados. Toman granos a préstamo a exorbitan-te usura por no haber bancos agrícolas, de manera que su trabajo de todo el año apenas les da para alimentarse miserablemente si han de pagar las rentas y los préstamos…
La calidad de la tierra es tan deficiente en el Páramo que sus habitantes no pueden mantener-se de la agricultura, debiendo de dejar a sus mujeres su cultivo y el cuidado de la labranza para de-dicarse a la arriería y a especulaciones comerciales, entre otras, de aceite y jabón en la Mancha y en la Sierra de Gata, en Cáceres. Con la desamortización, que ha sido bastante, los bienes han cambia-do de dueño, pero los nuevos propietarios, ricos por lo común, han aumentado mucho el precio de las rentas de la tierra, que eran más asequibles en las manos muertas” (la Iglesia o las órdenes reli-giosas y los nobles). Reseña ya el geógrafo el padecimiento endémico del bocio por los habitantes de los vecinos territorios de la Cabrera, y advierte del error de otros autores de creer que son produ-cidos en sus pueblos los jabones y aceites que en tan alto volumen comercian los arrieros parameses.
De Santa María del Páramo y sus pueblos agregados de Barrio, Urdiales (de Laguna se nombra en 1837), Mansilla, y Villarín (además del despoblado de San Miguel de Ejidos), cuya po-blación es de “312 vecinos y 1.404 almas”, dice en 1847 Madoz que tiene 220 casas y escuela de primeras letras común a ambos sexos, y es su industria la arriería, traficándose con cueros y otros artículos que compran fuera y almacenan para expenderlos, y algunos molinos de linaza, movidos a sangre. Menos vecinos y habitantes (220 y 991, seguramente solo para la villa, en la que 40 jóvenes de 18 a 24 años entraron en 1844 en suertes) señalaba tres años antes Francisco de Paula y Mellado,
asentados en terreno llano pero árido y estéril por falta de aguas, añadiendo que existen además algunos telares para lienzos, mientras que Sebastián Miñano y Bedoya indica para 1827 ser aún menos los habitantes y vecinos (893 y 215), haber también “un tinte de lanas, un molino de viento, y tráfico de aceite de olivas, jabón y bacalao”. Cuando desde el inicio de 1837 la Diputación leone-sa hace el arreglo provisional de los ayuntamientos de la provincia corresponden 1 alcalde, 1 procu-rador síndico y 4 regidores al de la villa paramesa, decididos por tan solo 9 electores en todo el mu-nicipio.
Para el tránsito del Órbigo hay puente (aún derruido) y barca en la Vizana, el puente de pie-dra de Cebrones, una barca en Navianos y otra en Villazala, un puente de madera en Valdesandinas (tal vez el sustituto del antiguo de Monjereal, construido en fechas cercanas a 1776 por convenio entre su Concejo y la villa bañezana), y otro puente, el Paulón, también de madera, propiedad del Marqués de Campofértil (o de Castañón). Por pasar por el último los vecinos de La Bañeza no pa-gan pontazgo, al hallarse construido en su término municipal. Sobre el Tuerto y el Duerna hay dos puentes de madera, el de la Reina en la calzada nacional y que se está sustituyendo por otro de pie-dra a expensas del gobierno, y el de Requejo, edificado y sostenido por los fondos del común de La Bañeza. Los ríos Eria y Jamuz se salvan por estrechos pontones de palos y céspedes construidos por los pueblos y que las aguas arrebatan con frecuencia. En cuanto al Puente Paulón, seguramente, y como era habitual, su propietario cobraría una cantidad fija al arrendatario, que percibía a su vez una tarifa, variable según fuera persona, caballería o carruaje, de quien lo atravesaba, disponiendo el pontonero en la casa adjunta al puente de tienda y taberna en la que los vecinos se surtían de pro-ductos, incluidas también en el arriendo.

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Hogar campesino.
En 1843 La Bañeza se componía de 422 edificios, de piso alto la mayoría de las casas; mu-chas (en el Barrio de Labradores sobre todo) son bajas, y algunas (todas las de la Plaza y otras) de dos alturas, que no ofrecen belleza ni comodidad y tienen su pozo de agua potable. Las calles son estrechas, si bien están empedradas, al igual que tres plazuelas además de la mayor. En el inicio de cada una de las cuatro principales entradas de la villa existe un arco, todos “de muy mala arquitectu-ra” (en ellos se situaban los correspondientes fielatos), y tres puentes de piedra sobre la acequia que la semicircunda exteriormente. Su población es de 513 vecinos, 2.308 almas, y los que no viven del comercio son en su mayoría labradores (unos 40), menestrales o braceros. Su presupuesto munici-pal, de 42.451 reales, se cubre con los diversos arbitrios establecidos desde antiguo y con lo que se obtiene de los propios o comunes: un monte encinar, vegas y arboledas, la torre del Reloj, las casas
consistoriales, la cárcel de la villa, la Casa del Peso, la del Estudio de la Trinidad, la Escuela de Niños, y el pequeño Teatro construido en 1845. Ese mismo año, en junio, la virgen de Castrotierra se condujo solemnemente a La Bañeza, donde se veneró en acción de gracias por el feliz desenlace de la recién terminada guerra civil y por no haber invadido este territorio los carlistas que tantos otros asolaron.
(En octubre de aquel agitado año 1843, cuando por causa de la inestabilidad política y eco-nómica se adelantaba la mayoría de edad de Isabel II para permitir su acceso al trono, La Bañeza hubo de aprestarse a la defensa después de que León se alzara nombrando una Junta de Armamento y Defensa y desde allí llegara una columna de sublevados hasta los arrabales de Astorga, donde hubo también levantamiento y altercados como los producidos en otros variados lugares de la geo-grafía nacional en los que se recelaba del rumbo seguido por el reino).
Varían algunos datos según los diversos Diccionarios de la época, el de Francisco de Paula Mellado, por ejemplo, publicado el mismo año y que señala haber entonces en la villa administra-ción de rentas, loterías y correos (dependiente, como la de León, de Benavente); una escuela de latinidad, algún comercio en grande y mucho en detall, un mercado semanal muy concurrido por el que la villa está recargada en sus contribuciones, y que en la quinta de 1844 entraron en suertes 121 jóvenes de 18 a 24 años. En todos los ayuntamientos del partido hay estanco o administración de tabacos, y pósito en algunos. Otros detalles y referencias de este autor repiten (por ejemplo para la ciudad de León y su teatro) lo ya expuesto por Sebastián de Miñano y Bedoya en su Diccionario geográfico-estadístico de España y Portugal de 1828. En 1845 en España geográfica, histórica, estadística y pintoresca, indica el primer autor citado que cuenta entonces la capital provincial con 1.198 vecinos y 5.720 habitantes. Una guía francesa para viajeros por España y Portugal de 1853 (la de Richard et Quentín) señala la existencia además en La Bañeza de un hospital y una casa de pos-tas.
El clima de La Bañeza es poco sano, sigue narrando Pascual Madoz, y el terreno tan húmedo que lo uno y lo otro producen dolores y afecciones que hacen que pocos en ella alcancen los 70 años de edad. A causar enfermedades contribuye también, y no poco, el arroyo que procedente del Duerna riega huertas y prados y que por el centro de la villa divide sus dos barrios. Hay tres fuentes de agua con sus correspondientes lavaderos y tres buenos mesones. El convento del Carmen, extra-muros y que permanecía sin enajenar, se derruía poco a poco por falta de cuidados. De la villa sale el correo para los pueblos del partido y parte de los de la Cabrera. Las telas comunes de los 149 telares en producción continua las compran los de Villalón y los parameses para comerciarlas en los puertos de mar, compañeros éstos de los maragatos en el oficio de la arriería (y de los lugareños de la Valdería, sobre todo en el curso alto del río, donde también existían arrieros), unos y otros cami-nando de noche y de día con grandes carromatos e interminables recuas de machos, haciendo el intercambio de los productos necesarios al consumo de toda la provincia leonesa.
Por lo que hace a los demás municipios del partido, diferentes en algunos casos en la distri-bución de las pedanías o pueblos que los conforman a la que años más tarde en número de 33 los enmarcó, cabe señalar que, por ejemplo, Alija de los Melones (los producía de tal calidad que ello motivó su sobrenombre), tenía calles irregulares, sucias y pantanosas. En Bustillo del Páramo viven esencialmente del comercio de medias de lana calcetadas que venden en algunos otros lugares del país. Castrocalbón, de calles sucias y lodosas, produce lienzos caseros en algunos telares e hilaza y lino, y malconserva sus bosques de encina y roble, que van camino del exterminio. Castrocontrigo cuenta con diez molinos harineros. Castrillo de la Valduerna (o de los Nabos, se dice) tiene 70 casas distribuidas en calles desempedradas y sucias, y campos amenizados por el cauce que se toma de su río, cuyas aguas mueven unos 14 molinos harineros de una sola piedra, 2 de aceite de linaza, y 2 batanes (abundaban años después en todo el partido bañezano, según la Crónica de la provincia de León de García de la Foz de 1867, que reseña “la fábrica llamada de García, cerca de la villa”, para abatanar los paños producidos en los telares de la comarca, 270 en 1879, cuando otra industria, la del curtido, da en ella y en sus 14 tenerías empleo a 240 trabajadores).
En Cebrones se padecen pulmonías y tercianas, a pesar de gozar de clima sano, y cuenta con 90 casas, además de la posada y Venta Castañón, propia del Marqués de Campofértil, y la acequia de igual nombre, así llamada por haberla hecho a sus expensas el dueño del despoblado d
e Hinojo. Laguna Dalga, perteneciente entonces al ayuntamiento de Soguillos del Páramo, dispone de 150 casas que no forman calles ni plaza, y éste, cabeza de la municipalidad, tenía “molinos de aceite de linaza movidos a sangre, y la arriería”. En Laguna de Negrillos habitan tejedores de lino y de lana que trabajan por encargo para particulares. Villazala, en fin, fertiliza su campo desde la presa en el Órbigo, y acomoda 66 casas más la consistorial y la escuela.
Ruinas del Convento del Carmen. La Bañeza.

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